Ingenios azucareros en el Brasil colonial

Ingenios azucareros coloniales en Brasil

1. Introducción

En este capítulo, estudiaremos la implantación en Brasil de los ingenios coloniales o ingenios azucareros en el Brasil colonial.

Los ingenios creados por los portugueses, principalmente en el nordeste y en la región de São Vicente, se convirtieron en una lucrativa industria dedicada a la fabricación de azúcar, muy utilizada en Europa como producto culinario.

Para reflexionar sobre la importancia del engenho en la historia colonial de Brasil, nos basaremos en el libro Casa Grande y Senzala, del historiador pernambucano Gilberto Freire. Este libro es un hito en la historiografía cultural de Brasil y del mundo, ya que el autor lo utiliza para reflexionar sobre la historia brasileña a partir de las relaciones raciales.

Otro tema importante que se debe estudiar es la religiosidad en la época colonial.

La religión católica, introducida por los portugueses, recibió una gran influencia no solo de la religión indígena, sino sobre todo de la africana. En muchas regiones de Brasil existía un verdadero sincretismo que mezclaba las tres expresiones religiosas en una sola.

A pesar de ello, Martim Afonso de Souza ya había fundado ingenios azucareros a partir de 1530, y el primer ingenio se instaló en la región de São Vicente, en el actual estado de São Paulo.

En Brasil, la caña de azúcar fue introducida por Martim Afonso de Souza, quien también era propietario del primer ingenio construido en el país, en asociación con el holandés Johann Van Hielst (conocido como João Vaniste), representante de los Schetz, ricos armadores, comerciantes y banqueros de Ámsterdam (BUENO, 2003, p. 44).

Según Mary Del Priore y Renato Venâncio (2006), la caña de azúcar ya formaba parte de la economía colonial desde el inicio de la colonización.

Hay indicios de que la caña de azúcar llegó a Brasil en los primeros años de la colonización, entre 1502 y 1503.

Sin embargo, su explotación sistemática tardó una década más.

En 1516, la poderosa Casa de Indias, órgano metropolitano encargado de las aduanas, buscaba maestros azucareros para trabajar en ingenios que se habrían establecido en zonas próximas a las factorías costeras. En 1518, ya trabajaban esclavos procedentes de Guinea y colonos de la isla de Madeira.

A partir de 1520, la Aduana de Lisboa comenzó a cobrar derechos por el azúcar procedente de la Tierra de Santa Cruz. Cuando los portugueses llegaron por primera vez a Brasil en el siglo XVI, la región se llamaba «Tierra de Vera Cruz».

Aunque la caña de azúcar ya se plantaba en Brasil desde los inicios de la colonización, no se convirtió en un producto económicamente viable hasta 1530, gracias a las iniciativas de Martim Afonso de Sousa.

Es importante señalar que ya existía un acuerdo entre Portugal y los Países Bajos para la producción y comercialización de este valioso producto desde los primeros tiempos de la colonización de Brasil.

Esta asociación se vio comprometida por la Unión Ibérica de 1580, cuando Portugal y España estaban gobernados por el mismo rey (Felipe II).

Esta unión provocó graves conflictos con Holanda, ya que España era enemiga de los holandeses y les impedía mantener relaciones comerciales con Brasil.

Esto provocó la invasión holandesa del nordeste de Brasil.

Engenho de açúcar com roda d’água contida num trecho do mapa de Pernambuco pintado por Willem J. Blaeu, em 1635
Mapa de Pernambuco pintado por Willem J. Blaeu en 1635, en el que se puede ver un ingenio azucarero con rueda hidráulica.

Con el aumento de la colonización, los portugueses, en colaboración con los holandeses, empezaron a invertir grandes sumas de capital en la fundación de ingenios azucareros y la consiguiente plantación de extensas superficies de caña de azúcar.

Según Eduardo Bueno (2003, pp. 44-45):

A partir de la llegada de los donatarios, la cultura del azúcar adquirió un gran impulso en Brasil.

Incapaces por ley de explotar la madera de Brasil (monopolio de la Corona), los donatarios —Duarte Coelho a la cabeza— trajeron colonos de la isla de Madeira, comenzaron a talar los bosques costeros e instalaron sus primeros ingenios.

El aumento de la población en Europa, la caída del precio del producto y la fertilidad del massapé nordestino contribuyeron a que el azúcar se consumiera cada vez más en las ciudades y fuera más disputado en el mercado.

Hay que tener claro que los portugueses fueron colonizadores innovadores para la época, como menciona Gilberto Freyre en su libro Casa Grande e Senzala:

El colonizador portugués de Brasil fue el primero de los colonizadores modernos que cambió la base de la colonización tropical, que antes se centraba en la extracción de riquezas minerales, vegetales o animales (oro, plata, madera o ámbar), a la creación de riqueza local.

Aunque esta riqueza, creada por ellos bajo la presión de las circunstancias americanas, se obtuvo mediante mano de obra esclava, por lo que se ven tocados por esa perversión del instinto económico que pronto desvió a los portugueses de la actividad de producir valores a la de explotarlos, transportarlos o adquirirlos (2003, p. 79).

Siguiendo con la cita de Freyre:

La sociedad colonial en Brasil, especialmente en Pernambuco y en el Recôncavo de Bahía, se desarrolló patriarcal y aristocráticamente a la sombra de las grandes plantaciones de azúcar, no en grupos desordenados y estables, ni en chozas de aventureros.

Oliveira Martins observa que la población colonial de Brasil, «especialmente en el norte, era de constitución aristocrática; es decir, las casas de Portugal enviaban ramas a ultramar; desde el inicio de la colonia presentaba un aspecto diferente al de la turbulenta inmigración de los castellanos en América Central y Occidental».

Y antes que él, Southey ya había escrito que en las casas de plantación de Pernambuco, en los primeros siglos de la colonización, se encontraban la decencia y la comodidad que se buscarían en vano entre las poblaciones de Paraguay y del Plata (2003, p. 79).

Todos los factores convergían en que Brasil se convirtiera en el mayor productor mundial de azúcar.

Para hacerse una idea, en 1628 ya se habían instalado unos 235 ingenios azucareros en Brasil, la gran mayoría en el nordeste.

Cuando los holandeses invadieron el país en 1637, la producción en Pernambuco, Itamaracá, Paraíba y Rio Grande do Norte superaba el millón de arrobas anuales (BUENO, 2003).

Escravos na moenda - Debret 1835
Esclavos en el molino – Debret, 1835.

Hay que subrayar que existían diferentes tipos de ingenios, en función del poder adquisitivo de sus propietarios: desde los pequeños ingenios manuales, como se muestra en la imagen superior, hasta los grandes ingenios hidráulicos. A pesar de las diferencias, todos producían azúcar y otros subproductos de la caña de azúcar.

PREÇO DO AÇúCAR BRANCO
El precio del azúcar blanco

A pesar de la gran cantidad de ingenios, debemos ser conscientes de que el verdadero beneficio de esta actividad procedía de la distribución y el comercio del azúcar en Europa, actividad que generalmente realizaban los holandeses y no tanto la plantación de caña de azúcar y la fabricación de azúcar bruto en los ingenios.

Como señala Eduardo Bueno (2003, p. 45):

Pero el vigor y la gran rentabilidad de la plantación de caña de azúcar parecen haber pasado solo por la casa-grande que albergaba a los señores del engenho. O, en otras palabras, los verdaderos beneficios iban a parar a quienes enviaban el azúcar a Europa.

Los verdaderos beneficios iban destinados a quienes enviaban el azúcar a Europa. Estos beneficios se utilizaban para conceder nuevos préstamos a los propietarios de los ingenios, que vivían así inmersos en una «deuda perpetua» y clamaban por su perdón periódicamente.

En cualquier caso, tras una o dos buenas cosechas, muchos propietarios vendían todo lo que tenían y regresaban a Portugal.

Es cierto que muchos de los colonizadores portugueses que eligieron Brasil como lugar de inversión no trajeron consigo a sus familias.

En este sentido, el engenho se convirtió en una verdadera Babilonia, ya que los portugueses pronto cruzarían sus cuerpos con mujeres negras e indias, dando así inicio al mestizaje.

Según el padre Antônio Vieira (apud Bueno, 2003, p. 48):

Quien ve en la oscuridad de la noche esos tremendos hornos perpetuamente encendidos, el ruido de las ruedas, de las cadenas, de la gente toda coloreada, gimiendo sin tregua ni descanso, y toda la maquinaria y el aparato confusos y estruendosos de aquella Babilonia, no puede dudar, aunque haya visto Etnas y Vesúvios, de que es una semejanza del infierno.

Las palabras del célebre sacerdote jesuita refuerzan la idea de que el esclavo era el sujeto social que hacía todo en la colonia.

No se puede subestimar la importancia del ingenio, ya que las actividades más rentables eran las del reino y la distribución del azúcar en Europa.

De hecho, la relevancia del engenho no se limitaba solo al ámbito económico, sino que también tenía un gran impacto en el ámbito social y cultural.

En la próxima sección estudiaremos su importancia social y cultural.

3. Importancia social y cultural del ingenio colonial

Los colonizadores portugueses de Brasil inventaron una estructura llamada «ingenio colonial».

Se trataba de un complejo formado por diversas construcciones, como una capilla, una casa de purga, una casa de calderas, una casa de harina, una casa de bagazo, una rueda de molino, un corral, un huerto, un cementerio y dependencias para esclavos, que a menudo se encontraban junto a la casa grande.

Eran edificios típicamente lusitanos, con todo el simbolismo que pudieran tener en Portugal, pero sus habitantes procedían de los más variados orígenes culturales.

Según Gilberto Freire (2003, p. 79):

El colonizador portugués de Brasil fue el primero de los colonizadores modernos que desplazó la base de la colonización tropical de la extracción de riquezas minerales, vegetales o animales —oro, plata, madera, ámbar, marfil— a la creación de riqueza local.

Aunque esta riqueza se creó bajo la presión de las circunstancias americanas mediante mano de obra esclava, por lo que se vieron tocados por esa perversión del instinto económico que pronto desvió a los portugueses de la producción de valores a la explotación, el transporte o la adquisición de los mismos.

El engenho era muy importante porque representaba un hito de civilización en medio de la selva, y fue aquí donde se desarrolló la cultura afrobrasileña. En este lugar, blancos y negros convivían en una relación de amos y esclavos.

Según Gilberto Freire (2001, p. 27):

Ninguna cultura, ningún pueblo, ni siquiera el portugués, ejerció mayor influencia sobre el brasileño que la de los negros.

Casi todos los brasileños llevan la marca de esta influencia. De la negra que lo acunó y alimentó.

De la sinhama (nodriza) que lo alimentaba haciendo ella misma la bolita de comida con los dedos.

Hay que ser conscientes de que el éxito del ingenio azucarero en Brasil se debió a las características culturales de los africanos, que eran muy diferentes a las de los indios.

Como ya se ha dicho, los negros importados de África tenían, en general, una cultura superior a la de los indios.

Además, estaban mejor adaptados al trópico. A diferencia de lo que ocurría con el indio o el caboclo, quienes se desanimaban con los rigores del sol.

En términos modernos, el negro era extrovertido (alegre, fácil, divertido, complaciente y confiado), mientras que el indio era introvertido (triste, difícil, reacio y bisonte) (FREIRE, 2001, p. 27).

Estas características explican por qué el negro fue el mayor aliado del hombre blanco en la colonización de Brasil.

A pesar de ello, se trajo a Brasil a personas negras de las más diversas regiones de África. En palabras de Gilberto Freire (2001, p. 29):

Los angolas eran bantúes; como los del Congo, eran buenos para el trabajo rudo.

Los angolas «mañosos» eran buenos para arrancar a los boçais en el eito (desbrozar una plantación con azada u otras herramientas manuales).

Los ardas procedían de Dahomey. Eran «tan fogosos que querían cortarlo todo de un solo golpe», como dijo de ellos Henrique Dias.

Los Mina (Nagô) de la Costa de Oro. Dahomey y la Costa de Oro fueron los centros de esta cultura.

Los sudaneses negros son una de las poblaciones con mayor altura del planeta. En Senegal, parecen caminar sobre zancos; con sus camisas, parecen almas de otro mundo.

Los negros de Guinea, hermosos de cuerpo, eran excelentes para el trabajo doméstico, sobre todo las mujeres.

Los de Cabo Verde eran los mejores y más robustos, y los más caros.

Los bantúes eran, de todos, los negros más característicos, pero no comprendían todos los elementos africanos importados a Brasil, como hemos visto. Junto a la lengua bantú, nuestros negros hablaban otras lenguas o dialectos del grupo sudanés (jeje, hauçá, nagô o yoruba).

En este contexto de orígenes variados, el negro se adaptó a una vida dura en Brasil, pues no hay que olvidar que era esclavo y tenía que obedecer a su amo.

A pesar de ello, el negro demostró desde muy joven su fuerza y su determinación para sobrevivir en una tierra extraña que le arrebataba su libertad.

Para ilustrarlo, presentaremos un fragmento del libro Casa Grande e Senzala, adaptado en forma de cómic en 2001 (p. 38), que problematiza la vida cotidiana y la relación entre portugueses y negros en un ingenio colonial del nordeste de Brasil.

O COTIDIANO E A RELAÇÃO ENTRE PORTUGUESES E NEGROS EM UM ENGENHO COLONIAL AÇUCAREIRO DO NORDESTE BRASILEIRO
La vida cotidiana y la relación entre portugueses y negros en un ingenio colonial del nordeste de Brasil

¿Cómo era la vida en una plantación azucarera del siglo XVI? ¿Qué tipo de alimentos consumían? ¿Cómo eran sus relaciones sociales? ¿Cómo se estructuraba su religiosidad? ¿A qué tipo de problemas se enfrentaban?

Según Freyre, la vida en la plantación azucarera, y especialmente la alimentación, era difícil, porque, a pesar de toda la riqueza generada por el azúcar y los innumerables recursos naturales, los señores intentaban imitar las costumbres europeas.

Los mismos hacendados de la época colonial que, a través de las crónicas de Cardim y Soares, nos hemos acostumbrado a imaginar festejando con una rica variedad de frutas maduras, verduras frescas y lomos de excelente ternera, eran gente de mesa abundante que comía como vagos: ellos, sus familias, sus seguidores, sus amigos, sus invitados. Los propios hacendados de Pernambuco y Bahía comían mal. Carne de mala calidad y solo de vez en cuando, poca fruta y verduras agusanadas.

La abundancia o excelencia de los alimentos que sorprendía sería por excepción y no de manera general entre aquellos grandes propietarios (2003, p. 98).

También afirma lo siguiente:

Se daban el insensato lujo de encargar gran parte de sus alimentos a Portugal y a las islas, por lo que consumían alimentos que no siempre estaban bien conservados: carnes, cereales e incluso frutos secos, desprovistos de sus principios nutritivos o estropeados por un embalaje deficiente o por las circunstancias de un transporte irregular y lento.

Curiosamente, la mesa de nuestra aristocracia colonial carecía de verduras frescas, carne verde y leche. Esto, sin duda, provocó muchas de las enfermedades digestivas comunes en aquella época y atribuidas por muchos médicos caturros al «mal aire» (2003, p. 98).

La siguiente imagen contradice la afirmación anterior, ya que muestra una mesa abundante y diversa, que sin duda forma parte de una representación romántica ajena a la realidad del Brasil colonial.

A Brazilian family in Rio de Janeiro by Jean Baptiste Debret 1839
Una familia brasileña en Río de Janeiro, de Jean Baptiste Debret (1839).

Para profundizar en esta discusión y facilitar su comprensión, presentamos un fragmento del Libro de Oro de la Historia de Brasil, de los historiadores Mary Del Priore y Renato Pinto Venâncio (pág. 57-60, 2001).

Si aceptamos la opinión de los literatos de la época, podemos decir que, a pesar de la apariencia contraria, incluso los campesinos más ricos comían mal, ya que su dieta se basaba principalmente en carne dura.

Solo de vez en cuando probaban fruta. Las verduras apenas si probaban.

La falta de alimentos de calidad se compensaba con un exceso de dulces: guayabas, mermeladas, dulces de marañón y miel de caña, alfenins y cocadas.

Cuando pasaba un cura, se abrían con esfuerzo las despensas y se sacrificaban animales de granja: patos, lechones y cabras.

En Pernambuco, cuenta un cronista, los «esclavos pescadores» se encargaban de ir a buscar «toda clase de pescados y mariscos» en estas ocasiones.

La abundancia registrada en algunos ingenios no era la norma. Quienes podían permitirse encargar comida del Reino la consumían en mal estado.

Los propietarios de las plantaciones sufrían dolencias estomacales que, en aquella época, los médicos no atribuían a la mala alimentación, sino al aire viciado de la zona tropical. Además, la saúva, las inundaciones y la sequía dificultaban aún más el suministro de alimentos frescos.

La sífilis marcaba sus cuerpos, dejándoles cicatrices con llagas.

La mayoría de los ingenios azucareros estaban enclavados en el bosque, no lejos de los centros portuarios, lo que se explica por la mayor fertilidad de la tierra, cubierta de mantos verdes, y por la abundancia de leña necesaria para los hambrientos hornos, alimentados por una mano de obra que a veces duraba ocho o nueve meses día y noche.

Y no tenían que alejarse demasiado de la costa, pues de lo contrario, al ser el precio de los productos de exportación el mismo, no podrían competir con los agricultores más cercanos al mercado, cuyo producto no se vería afectado por los costes de transporte.

En Pernambuco se asentaron a lo largo de los ríos de la vertiente atlántica de la meseta de Borborema, en la zona de Mata, donde predominan las colinas redondeadas y las laderas.

El elemento que definía la tierra era el agua. Si el riego era innecesario gracias al rico massapé, tanto el ganado como las personas necesitaban agua dulce. También la utilizaban en los molinos, lagares y procesos de molienda.

No es de extrañar que la mayoría de los molinos estuvieran situados a orillas de ríos como el Paraguaçu, el Jaguaribe y el Sergipe, en Bahía, y el Beberibe, el Jaboatão, el Una y el Serinhaém, en Pernambuco.

En el interior de las verdaderas fortalezas de adobe y tierra apisonada, que eran las casas grandes, reinaba la sencillez e incluso la incomodidad.

Los muebles eran pobres y escasos: cómodas, cajoneras, percheros… Todas eran piezas toscas fabricadas por el obrero del molino.

Algunos preferían la dulzura de las hamacas, que eran una solución refrescante para las noches calurosas. Balcones situados en medio de la fachada principal y pequeños porches permitían al dueño del ingenio contemplar sus tierras, su caña de azúcar y su gente.

Las plantas bajas, verdaderos almacenes cerrados iluminados por ojos de buey, les permitían defenderse mejor del enemigo.

Sin embargo, no faltaron observadores de la época capaces de entusiasmarse con la grandeza del conjunto: «un molino de agua adornado de edificios», «un molino con grandes edificios y una iglesia», «un molino adornado de edificios con una capilla muy bien arreglada y hermosos cañaverales», decía el cronista portugués y propietario de molinos Gabriel Soares de Souza en 1587.

La rigidez de la casa se correspondía, en los días de fiesta, con la exageración de la indumentaria: «Se vestían ellos, sus mujeres e hijos con toda clase de terciopelos, damascos y otras sedas, y en esto había mucho exceso […] las bridas y monturas de los caballos eran de las mismas sedas con que se vestían», comentaba Cardim en la fase de expansión de la caña de azúcar.

Según Cardim, las bodas se celebraban con banquetes, corridas de toros, juegos de caña y sortija, y vino de Portugal.

Muchos bautizaban a sus ingenios con nombres de santos patronos: São Francisco, São Cosme, São Damião y Santo Antônio.

Otros tenían nombres de origen africano: Maçangana. También había nombres de frutas y árboles: Pau-de-Sangue, Cajueiro-de-baixo y Jenipapo.

En el centro de su familia, el señor del ingenio debía irradiar autoridad, respeto y acción.

Bajo su mando, niños, parientes pobres, hermanos, bastardos, ahijados, repostería, bordados… convivían con piadosas prácticas devocionales. Sin embargo, cuando este estaba ausente, ella asumía sus responsabilidades laborales con el mismo vigor que él.

El señor engenho debía irradiar autoridad, respeto y acción en el centro de su familia.

Bajo su mando había hijos, parientes pobres, hermanos, bastardos, ahijados, criados y esclavos.

Tenía una esposa, a veces mucho más joven, que se movía a su sombra. Vivía para tener hijos y realizaba actividades domésticas como la costura, la repostería o el bordado, que alternaba con piadosas prácticas devocionales. Sin embargo, cuando su marido no estaba, ella asumía sus responsabilidades laborales con el mismo vigor.

Su familia era la manifestación externa de una sociedad, pero no el dominio del placer sexual. La posibilidad de utilizar esclavas creaba una división racial del sexo en el mundo de los amos.

La mujer blanca era la ama de casa y la madre de los hijos. El indígena, y más tarde el negro y el mulato, eran los amos del placer.

Las disputas por el acceso a la tierra también marcaron la ocupación de las tierras azucareras, y no faltaron quienes, «sigilosamente y con astucia», como dijo un observador en 1635, se infiltraron en tierras vírgenes con la esperanza de enriquecerse instalando ingenios.

El ingenio azucarero era una estructura extremadamente compleja. Una estructura que se expandió en el nordeste de Brasil en su forma clásica, es decir, asociada a grandes plantaciones y mano de obra esclava, en los siglos XVI y XVII aproximadamente.

Aunque se basaba en grandes capitales capaces de garantizar una producción a gran escala, el negocio del azúcar también dependía de pequeños empresarios que suministraban su caña al ingenio.

Un informe holandés de 1640 afirma que solo el 40 % de los ingenios de Pernambuco molían su propia caña, y el resto dependía de la materia prima que estos agricultores traían.

El negocio del azúcar no solo implicaba a amos y esclavos. Requería un grupo diverso de trabajadores especializados y agregados que orbitaban a su alrededor y prestaban servicios al terrateniente. Entre ellos había maestros azucareros, purgadores, mayoristas, calafates, caldereros, carpinteros, albañiles y barqueros.

A estos se unían otros grupos que animaban la vida económica y social de las zonas costeras: comerciantes, agricultores, artesanos, plantadores de caña de azúcar y de subsistencia, e incluso desempleados, que componían una compleja fragmentación de pequeños y grandes propietarios.

El número de esclavos que poseían (de dos a decenas) permitía inferir la diversidad de orígenes sociales y situaciones económicas.

En el siglo XVIII, con el declive de la actividad y el aumento de libertos, algunos de estos últimos se convirtieron también en propietarios de plantaciones de caña de azúcar.

Carregadores de caixas de açúcar. Jean Baptiste Debret, Voyage Pittoresque et Historique au Bresil (Paris, 1834-39). O açúcar era, desde o século XVI, embalado em caixas de madeira, as quais eram marcadas com ferros. As marcas, elaboradas por artesãos especialistas nesta atividade, eram específicas de cada engenho.
Cargadores de cajas de azúcar. Jean Baptiste Debret, Voyage Pittoresque et Historique au Bresil (París, 1834-39).

La sociedad azucarera era una sociedad estanca, es decir, no había movilidad social. Básicamente, existían dos grupos sociales: el del propietario de la plantación y su familia, y el de sus dependientes, agregados y esclavos.

En la sociedad minera, que se estudiará en la próxima unidad, había mayor movilidad social, ya que existían al menos tres clases sociales: los mineros ricos y los funcionarios de la Corona; los pequeños mineros, comerciantes, arrieros, soldados, profesionales liberales y sacerdotes; y, por último, los esclavos.

Observe la imagen de abajo, que representa las dos pirámides sociales. ¿Cómo estaba compuesta la sociedad azucarera y minera colonial en Brasil?

sociedade açucareira
Sociedad azucarera

Sobre esta sociedad, Gilberto Freyre afirma lo siguiente:

La caña de azúcar comenzó a cultivarse por igual en São Vicente y Pernambuco, extendiéndose su cultivo más tarde a Bahía y Maranhão. Donde alcanzó éxito —mediocre como en São Vicente o máximo como en Pernambuco, el Recôncavo y Maranhão—, trajo como consecuencia una sociedad y un modo de vida con tendencias más o menos aristocráticas y esclavistas.

Por tanto, tenían intereses económicos similares.

Más tarde surgiría un antagonismo económico entre los hombres con capital, que podían sufragar los costes del cultivo de la caña de azúcar y de la industria azucarera, y los menos favorecidos con recursos, que se veían obligados a extenderse por las tierras atrasadas en busca de esclavos —una especie de capital vivo— o a permanecer allí como ganaderos.

Un antagonismo que la inmensidad de la tierra podía tolerar sin alterar el equilibrio económico.

El resultado, sin embargo, fue un Brasil antiesclavista o indiferente a los intereses de la esclavitud, representado por Ceará en particular y, en general, por el sertanejo o vaquero (2003, p. 93).

Al analizar la visión de Gilberto Freyre, podemos concluir que la economía de la caña de azúcar era excluyente y se basaba en la esclavitud, lo que dificultaba el ascenso social de los hombres libres y los obligaba a buscar otras actividades económicas en un contexto de atraso.

En el próximo capítulo, estudiaremos la invasión holandesa del nordeste de Brasil. El estudio de esta invasión es muy importante, ya que supuso un cambio en la estructura colonial y trajo consigo una nueva realidad en la historia del Brasil colonial.

4. En este capítulo has aprendido:

  • La importancia del ingenio colonial en la historia de Brasil.
  • Las principales características socioculturales del ingenio colonial.

Le recomendamos los siguientes periodos de la historia de Brasil colonial:

  1. Independencia de Brasil – Ruptura de los lazos coloniales en Brasil.
  2. Imperio portugués en Brasil – Familia real portuguesa en Brasil.
  3. Traslado de la corte portuguesa a Brasil.
  4. Fundación de la ciudad de São Paulo y de los bandeirantes.
  5. Período de transición entre el Brasil colonial y el imperial.
  6. Los ingenios azucareros coloniales en Brasil.
  7. Monocultivos, trabajo esclavo y latifundio en el Brasil colonial.
  8. Instalación del Gobierno General en Brasil y fundación de Salvador de Bahía.
  9. La expansión marítima portuguesa y la conquista de Brasil.
  10. La ocupación de la costa africana, las islas atlánticas y el viaje de Vasco da Gama.
  11. La expedición de Pedro Álvares Cabral y la conquista de Brasil.
  12. Período precolonial en Brasil: los años olvidados.
  13. Instalación de la colonia portuguesa en Brasil.
  14. Periodos de la historia del Brasil colonial.
  15. Periodos históricos de Brasil

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